244. UN MACIZO, de Madera 2
Las temperaturas suaves no salen del soto del otoño. Las hojas, lentas caen de los árboles con su trémulo color amarillo. Han podado las moreras y les han abierto heridas dejándolas a la intemperie. Los barrenderos mecánicos llevan horas y horas recogiendo las astillas y el serrín en las calles.
Quienes deambulan por las aceras, miran hacia arriba, buscando el ropaje de las tullidas ramas. Se encuentran con un sol que encandila y los pájaros revolotean buscando el cobijo del pequeño bosque urbano.
En la mirada todavía le queda el recuerdo y el brillo de la escarcha sobre la hierba en los bancales, de los árboles en flor, de los carnosos frutos del verano…Siempre hablaba de sus labores hortícolas en los paseos diarios.
En su pueblo nunca hubo un bosque, ni cerca, ni lejos. Ahora, ya se encuentra en la estación de los tonos oscuros. Un macizo de cipreses alrededor, son su compañía. La cortejan para siempre.