240. HORIZONTE DEL FUTURO, de Mantillo
No sabía cómo había llegado a aquel lugar. Puede que estuviese soñando. Ante él se extendía la enorme muralla verde que componía el vasto bosque; la niebla reptaba trémula entre la espesura, como si fuese su aliento. Un cuervo solitario emitió su graznido mientras el sol iluminaba el extraño mar iridiscente que bramaba impaciente junto al acantilado.
Se internó con cautela. Tras un breve paseo descubrió los restos de una antigua ciudad abandonada, que yacía desparramada bajo el abrazo protector de las ramas y lianas de los innumerables árboles. Se sorprendió cuando vio aparecer a un hombre desharrapado, de aspecto salvaje, con gran barba y melena, el cual portaba una rudimentaria lanza. Pasó junto a él sin darse cuenta de su existencia, parecía que seguía el rastro de algún animal.
Siguió caminando entre los vestigios de una civilización extinta hace mucho tiempo. Las hojas muertas cubrían toda la superficie como un piélago de olvido. Un extraño animal se cruzó en su camino. No supo reconocerlo.
Alcanzó la cima de una loma, viéndose rodeado por innumerables piedras grises que aún se levantaban, desafiando a la eternidad. Eran lápidas.
Se acercó a una de ellas y, estremecido, pudo leer su nombre grabado.