186. ÓSCULO, de Alcorce
Hastiado de mi vida en la ciudad opté por irme a vivir al bosque.
Aquel y no otro era el momento de cambiar:lo tenía decidido.
Hallándome en la cuarentena no estaba dispuesto como hacen una mayoría de personas en sacrificar la primera mitad de mi vida para desperdiciar la segunda.
Así que me construi una pequeña cabaña en medio de un frondoso bosque y, rodeado de ardillas y mariposas de inmediato me instalé.
Pasaron varias semanas y aquéllo era vivir.
Estando en contacto con la naturaleza, la fuente seca de mi inspiración comenzó a brotar agua en forma de ideas.
Falta me hacía pues la escritura nos resulta a los escritores tan imprescindible como el aire que respiramos.
Mas, como no dura mucho la alegría en casa del pobre, una espléndida mañana de domingo el ruido ensordecedor de la máquinas talando los árboles del bosque acabó de cuajo con mi sueño.
Mis gritos de protesta de nada sirvieron.
Recogí mis enseres y regresé a la ciudad, no sin antes ofrecer un tierno beso a mi cabaña: tan sólo ella sabía lo que yo callaba.