42. Fotos (Susana Revuelta)
En la bolsa de rafia, de cuadros blancos y rojos, metió todas sus cosas y todavía le sobró sitio. Se habría llevado también el brasero, pues empezaba a sentir humedades en los huesos. Y el butacón, que aunque con algún muelle roto y lleno de quemaduras de cigarrillo, ya había cogido la forma de su cuerpo y dormía ahí muy a gusto.
Pero al asilo solo podía ir con lo imprescindible: el transistor del que no se despegaba nunca, el gabán descolorido, las mudas más nuevas y el jersey de rombos. Con la ropa que llevaba encima tendría para quita y pon. El tabaco de liar lo había escondido abajo de todo. Y, por supuesto, las fotos de la estantería de la mansarda sin baño ni cocina, donde se había refugiado hacía un tiempo, y sobre la que iba a ejecutarse una orden municipal de derribo.
La de la boda era su favorita. Y la del bautizo del primer hijo, la del verano en Benidorm, la de todos posando felices junto a un Ford Fiesta azul. ¡Cuánta compañía le habían hecho estos últimos años! Ojalá, pensaba mirándolas con cariño, hubiese tenido él una familia así.
Este anciano apenas tiene posesiones materiales, tampoco parece que le hagan mucha falta. Apenas necesita más que una pequeña buhardilla, la ropa justa, una vieja radio, algo para calentarse mínimamente y un sillón desvencijado. No será necesario un camión de mudanzas para su traslado a una residencia. Sin embargo, hay algo más, unos objetos que son mucho más que simples papeles, imágenes que ha imaginado como suyas, cuando no lo eran, pero a las que nunca renunciaría.
Un relato sobre la necesidad de afecto, de compartir, de ser importante para alguien, tanto que, cuando no se da, ha de inventarse.
Un abrazo y suerte, Susana
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