169. EL HOMBRECITO DEL BOSQUE, de Fantasma del Río
Hay quienes al ver su madriguera en mi jardín, dicen que parece el hoyo de un conejo, pero no es así: allí vivió hace un tiempo, el hombrecito que vino del bosque. Lo sé porque yo lo conocí, soñé con él una vez, y se enamoró de mí.
Una noche de luna golpeó mi ventana, y le di paso al reconocer su sonrisa.
Compartimos largas pláticas; él deseaba mudarme al bosque y que me integre a su familia. Contaba que allí cada fogón era un hogar, que el cielo daba de comer planetas, que aún había lobos con quien hablar, y, que con paciencia, me volvería como él.
Yo, que no soporto el barro, asentía con la cabeza, pero dilataba mi decisión.
Una noche de septiembre, hizo que los árboles ladearan sus copas para que la luna iluminara la ría.
—Volveré al bosque —dijo señalándolo—, y allí te esperaré.
Zarpó sonriendo, acoplado al tallo de una rosa. Lo sé, porque lo vi a través de la cruz de mi ventana, desapareciendo entre los reflejos de una luna redonda, brillante, y libre, como ésta.
Desde entonces, al pasar por cualquier bosque, se me humedecen los ojos.