85.- Galería
Lo encontré bajo un banco del vestuario. Me resistí a curiosear hasta que comprobé que no tenía bloqueo, y accedí a los archivos esperando que alguna fotografía desvelara información sobre su dueño. La primera que abrí era mía, de hacía tan solo unos momentos, entrenando. El susto fue mayúsculo, pero la curiosidad venció al pasmo y seguí pasando imágenes. Eran cientos, y salía en todas: con mi familia, trabajando, de vacaciones, cumpleaños, partidos… Continué deslizando el dedo tembloroso por la pantalla: mi boda, la universidad, el colegio, hasta dormido en brazos de mi madre. También aparecieron recuerdos menos gratos que ya tenía casi olvidados, y empecé a eliminarlos. Pero al final decidí borrarlas todas y dejar el móvil donde estaba. Recogí mis cosas y salí aprisa. Un sol aplastante me descubrió un inmenso y vacío desierto. Tras de mí también se volatilizaron los vestuarios, el aparcamiento, la carretera. Todo a mi alrededor se convirtió en polvo, nada quedaba que dijera de mi existencia. Me uní a un grupo de caminantes que deambulaban en silencio, y ahora intentamos restaurar nuestras vidas a partir de unas cuantas fotografías desvaídas, salvadas in extremis. Desde lejos componemos un collage decadente.
La razón exacta por la que tomamos tantas fotografías podría ser esa que apuntas en tu relato: el miedo a desparecer o a no recordar. Tu relato me ha hecho traido a la memoria una vez que, observando un paisaje, saqué el móvil para hacer una foto y un tipo raro me preguntó por qué lo hacía. No supe responder, pero saqué la foto igualmente. Por si acaso 😉
Hoy he entendido que, de no hacerlo, tal vez formaría parte de ese collage decadente.
Buena apuesta. Un abrazo,
Hola Anna. Sí, olvidamos mucho más de lo que recordamos, y las fotografías suponen una fuente importante de recuerdos. Si las perdemos, olvidamos definitivamente.
Gracias por leer y más aún por comentar.
Abrazos, y suerte!