38. CANTATA PARA PALOMO Y ORQUESTA (Toribios)
Siempre he odiado cantar. Será porque mi oído es de adobe, o porque mi voz es irritante incluso cuando hablo, o por don Pablo. Se creía muy simpático Palomo, así se apellidaba, con P de puñetero, de pedazo de mierda, de podrido hijo de p… Siempre bien erguido entre las mesas, la cabeza alta, como buen retaco, el bigotito enhiesto; y aquella varita siempre amenazadora tras las nucas. “A ver, Fernández…”, allí ante todos, y en cuanto dudabas ya estaba su mano en tus patillas. “No se queje tanto, no sea nenaza”, nos decía ante las risotadas de la clase. Y cuando quería ponerse festivo era aún peor. Fue un día antes de las vacaciones cuando aquello. “Cante usted Fernández, bien fuerte, para todos”. Y sabía de mi timidez y, sobre todo, de mi incapacidad para la música. Y yo que no, y él no me haga enfadar, y el palito amenazador ante mi cara. Después de treinta años aún se siguen riendo. Las carcajadas se oyeron hasta en el colegio de las chicas. ¿Se acuerda Palomo? Pero no tiemble. Nada ha cambiado, solo que ahora yo tengo la batuta y le toca cantar a usted.
Como homenaje a la música, y como forma de comentario alternativo, quiero compartir con vosotros una canción que esté relacionada con algún aspecto de vuestros relatos. Espero que te guste la que he elegido para el tuyo.
GUS DAPPERTON – Post humorous
https://youtu.be/9SM47rObjdg
Gracias, Rafa. No conocía esta canción y me ha encantado.
La enseñanza es de uno de los oficios que han de tratarse con mayor tacto y profesionalidad. Los maestros, más los de la infancia y primera juventud, nos marcan. Este don Pablo no era trigo limpio, tampoco las risotadas generales que provocaba, si nos ponemos a reflexionar sobre ello, que seguro que le daban alas. Cada cual puede justificar o no a tu protagonista, pero por algo se dice que la venganza es un plato que se sirve frío y que, quien siembra vientos, recoge tempestades.
Un relato sobre sensibilidades heridas y sus consecuencias.
Un abrazo y suerte, Antonio
Gracias, Ángel. No, desde luego el tal don Pablo no era trigo limpio, aunque el alumno protagonista, no sé yo… En fin, el mundo es una selva.
Buen retrato de aquellos maestros de la vieja escuela que algunos hemos conocido y que ahora vemos con claridad que no fue la vocación lo que les llevó a la enseñanza sino, probablemente, lo difíciles que estaban las plazas de torturadores.
Otro refrán que también viene al pelo: A todo cerdo le llega su San Martín.
Suerte y abrazo, Antonio.
Gracias, Rafa, por tus ánimos. Y sí, alguno de esos hemos tenido todos. Eso sí, sin llegar a este grado de crueldad en la venganza. Un abrazo.
Me ha recordado a uno que tuve. No tiraba de la patilla. Conjugaba el verbo sopapear y se inflaba a repartir estopa.Tuvo su merecido cuando un compañero, más listo que el hambre, le retó y fue capaz de superarle. No fue un tortazo épico, pero aplicó la presión necesaria para que resonara en todo el aula, con el subsiguiente pitorreo generalizado. Me ha gustado mucho la cantata. ¡Suerte!
Gracias, Javier. Todos hemos sufrido alguna situación parecida, y los compañeros solían actuar de coro, amplificando así el castigo.
Todos recordamos algún profesor con batuta, en el colegio al que yo iba había uno cuya vara hasta tenía nombre, se llamaba «Cirila» fíjate si era famosa. En fin, has retratado en pocas líneas el sufrimiento del chico así como el talante del «torturador» y has concluido con esa venganza largo tiempo esperada. Yo también voy a echar mano del refranero popular, tan sabio, para tu texto y es que «se cosecha lo que se siembra» o como dice este otro: «Quien a hierro mata…»
Placer leerte.
Un saludo.
Gracias, Manoli. Se ve que muchos somos de la vieja escuela, la de «la letra con sangre entra», o al menos la conocemos por referencias más o menos directas. Seguramente los chicos de ahora lo han vivido de manera diferente. Un saludo.