114. LA PRIMERA VEZ, de Fagus
Aún recuerdo mi primera vez. Entré en aquel bosque de coníferas de la mano de ella y a primera hora de la tarde, nervioso como la hoja de un álamo temblón apenas el aire se pone en movimiento, para estrechar con mis brazos la oblicua luz que todo lo iluminaba, incluidos nuestros cuerpos cuya piel eran reflejos de oro y canela . Fue un paseo por la sorpresa y la improvisación. La brisa hacía que las hojas, flores y conos de todos aquellos potentes y perennes árboles compusieran, con ayes y sonidos, exclamaciones y gritos, la mejor sinfonía que jamás pudiéramos haber imaginado escuchar. La madera, el viento, la percusión llenaban de armónicos el tiempo y el espacio, y todo el bosque aplaudió, finalmente, nuestro avance hacia el culmen de nuestra realización, haciendo que los muelles pasos sobre aquella arruinada hojarasca en proceso de humificación nos encaminaran hacia un abandono más importante que el obvio del lugar. Abandonados de la vida por aquel maravilloso espacio continuamos unidos de la mano hasta el final.