63. BIENVENIDOS, de Ardilla
Si no fuera porque sólo mide un centímetro, cualquiera podría haberlo visto sentado en aquella rama, en lo más alto, con su gorro rojo. Curioso y paciente había esperado durante semanas, y sabía que muy pronto llegarían los nuevos habitantes de la casa del bosque.
Al principio no entendía porque los humanos llegaban, suspirando en alto y maravillándose ante la belleza que se extendía por doquier, para después irse con nostalgia de allí. ¿Por qué no podían quedarse para siempre como hacían otros?
Ahora había comprendido que quizás la cabaña era un lugar de paso, un sitio para reencontrarse, para volver a nacer.
Por eso él quería ser partícipe de la historia y, con sumo cuidado, llenaba las esquinas de la cabaña con pedazos de ramitas y flores de menta, para que no hubiese un solo segundo en el que no se respirase paz.
– ¿Han llegado ya los nuevos huéspedes? – preguntó con suavidad una voz femenina con pelo canoso y mofletes sonrosados.
– Están a punto de venir – respondió él, atusándose la barba blanca, repitiendo ese gesto que tanto le caracterizaba.
Bonito y tierno cuento.