58. ARRULLADO POR LA BRISA, de Abeja Negra
Con el alma aún entumecida. Ahogado en una profunda tristeza decidió, al levantarse, dar un largo paseo por su bosque. Suyo, pues en él se había criado. Largo pues no pensaba volver. Necesitaba despejarse de tanto sufrimiento admirando los lugares que lo vieron hacerse un hombre. Cuanta tranquilidad le producía, en especial, aquel paraje, aquellos árboles y sus flores fucsias, rojas, blancas y verdes, como si fuera el jardín de Claude Monet. Las luces, las sombras, un todo que se convertía en paz absoluta. Cuanto bien le había hecho aquel paseo. Ya no sufría, sólo admiraba como la brisa rozaba las flores en un vaivén sin fin. Cerró los ojos y sintió como se convertía en una flor más de las que crecían en su bosque, arrullado por la brisa. Ya no estaría triste y solo nunca más.