63. Oscura noche
La lámpara alumbra apenas. Elije un vaso largo y un cubito. Abre la ventana. Fuma uno de esos cigarros que guarda hace meses y pita cuando necesita aliviar la pena. Y el dolor.
Siente el frío de la pared sobre su abdomen. Adentro la luz amarilla y suave, afuera la de la luna llena, su única testigo. Pita. Bebe. Necesita sentir que ese trago amargo la quema por dentro y que el humo del mentolado sale de su nariz como para liberarla de tanta mierda que, a veces, no la deja respirar. Al menos una menta entre tanta mierda.
Son las tres. Hace diez minutos llegó de trabajar como un robot. En cuatro horas sonará el despertador para estampar su huella en la oficina. Lloraría si su cuerpo cediera, pero ni eso puede. Otro trago amargo. Pita. Se libera del humo pero no de la mierda, la de su vida pobre, miserable, moribunda, huérfana. Y con la luna, entre la brisa caliente y húmeda en ese presente de aire distinto, persiste. Con su silencio y el deseo de que la noche la trague. O un sueño profundo.
Pita. Se rinde.
Apaga la luz.