64. El niño interior
Consternado, sentado a los pies de la cama, miraba a su alrededor pensando dónde se habría escondido esta vez.
Había buscado en la biblioteca, entre los cuentos de los hermanos Grimm que tanto le gustaban antaño. También en el joyero, por si había decidido entretenerse enlazando cuentas de colores. Entonces se acordó del estrecho hueco entre la chimenea y la leñera, desde cuya penumbra se puede atisbar, sin ser visto, la vida en el salón.
Efectivamente, ahí, hecha un ovillo, estaba su sombra. Le sacudió un poco la ceniza, para adecentarla, y la estiró de los extremos. Como siempre que se le escapaba, había encogido a sus dimensiones de niño, igual que una goma recuperando las medidas de menor tensión. Después la pegó al velcro de los calcetines, el que Wendy, su esposa, había añadido a todos sus pares, cansada de coserle la sombra cada dos por tres. Entonces cacareó su victoria, aunque en bajito, para que nadie le oyese.
Por fin, disimulando con cuidado que flotaba unos milímetros por encima del suelo, entró en la cocina a darle los buenos días a Wendy.
Una vez me preguntaron qué personaje de Walt Disney me hubiera gustado ser. Sin haberlo pensado, contesté sin titubear que Peter Pan, el niño que no quería crecer ni incorporarse a la aburrida, seria y monótona vida de los mayores. El juego como prioridad, la despreocupación, la inocencia y el aprendizaje continuo. Qué felices fuimos en esa etapa, aunque no nos diéramos cuenta de ello hasta más tarde.
Peter Pan, en tu relato, emparejado con Wendy, como no podía ser de otra forma si el tiempo, al final, impone su ley, sigue buscando su sombra y aún es capaz de flotar con los polvitos mágicos de Campanilla. Tu Peter Pan fue un niño que alimentó la imaginación de muchas generaciones y ahora es un adulto sabio, porque ha sabido aprender a convivir con su niño interior, a no olvidarlo nunca.
No solo es un relato para disfrutar, también, por el mensaje que encierra, es un ejemplo a seguir. Nuestra salud mental mejoraría si fuéramos capaces de ver el mundo como los niños, al menos, durante algún rato.
Un abrazo y suerte, Marian
Muchas gracias, Ángel! Qué bonitos tus comentarios siempre.
Marian, me ha encantado tu relato. Cuando alguien escribe tan bien comobtú y surge una idea chula, el resultado es un micro fabuloso… de bueno, y de fábula. ¡Enhorabiena y uerte!
Hemos estado en tus manos en todo momento, Marian, cómo has sabido llevarnos a ese final que le da todo el sentido del mundo al título. Mucha suerte, besicos.