72. Comidillas o de olores, texturas y alumbrado urbano (fuera de concurso)
El amarillo es un rumor de inciensos y caldos de cocido. Se cuela en las casas cada tarde desde que atrasamos la hora, tocando ya casi noviembre, hasta que despuntan las flores del almendro a finales de febrero. No hay burlete de estopa capaz de impedir que atraviese las ventanas ni puerta acorazada, por muchos bulones que le anclen a su quicio, que sea capaz de detenerle. Una vez profanados los hogares se infiltra en las bombillas de las lámparas que cuelgan de los techos como arbustos invertidos, en los flexos que avivan la memoria de los estudiantes, en los viejos quinqués, casi olvidados, en los que duermen los lares a hurtadillas. Huele bien la luz mortecina que provoca, la niebla imperceptible que rodea a las familias reunidas en santa comunión a la hora de la cena. Es entonces, entre que unos sorben la sopa y otros sirven vino con Casera para todos, cuando alguien, sin querer, suelta lo de Lolita la del bajo. Una red de habladurías se teje de repente por el barrio, una jábega de insidias, una urdimbre de sospechas; y al abrigo del fulgor de las farolas una pareja, tal vez de enamorados, se diluye.
Algo tan corriente como las escenas cotidianas de un hogar, o lo que reflejan las farolas, puede convertirse en arte si se cuenta con dominio del idioma, ahondando en sensaciones y vivencias conocidas, aplicables a muchas familias. Tú lo consigues, en concordancia con eso de «muchos son los llamados, pero pocos los elegidos», con un relato que se disfruta y en el que es difícil no verse reflejado de alguna forma.
Un abrazo, Juancho
Lo que siento ahora mismo es una infinita gratitud por el mimo y la benevolencia con la que has leído el texto, tanta que es difícil expresarla con palabras. Un abrazo enorme Ángel!!!