80 EFECTOS DE LA FALTA DE LUZ (Rosalía Guerrero Jordán)
Nunca pensé que mudarme a esta recóndita ciudad boreal fuera a ser tan duro.
Aquí apenas tenemos luz en invierno, por eso hay tanta gente que escribe novela negra. En cuanto llega la eterna noche polar corren a esconderse a sus casas para crear historias truculentas.
Y la verdad, no me sorprende: los monstruos se alimentan de la oscuridad.
Cuando llegué, al principio del curso, era soportable, pero se acercan las Navidades y cada vez es peor. Hans dice que acostumbrarse es solo cuestión de tiempo, y que puedo escribir para alejar la oscuridad.
Yo le explico que lo mío no es juntar palabras, que soy más de observar bichejos al microscopio, y que no veo el momento de volar a casa para ver el cielo azul intenso del mediterráneo.
Y mientras estudio las bacterias que duermen bajo el permafrost, mi cabeza empieza a volverse turulata, y pienso que quizás debería vomitar estos funestos pensamientos en el papel.
Sin duda, es la falta de luz.
Menos mal que ya falta poco para Navidad. Entonces, me iré para no volver. Con suerte, el cadáver de Hans no aparecerá hasta el verano, y para entonces ya no podrán encontrarme.
La abundancia de luz o su ausencia nos influye, qué duda cabe. Esa ciudad a la que va a parar tu protagonista, bastante tétrica (ella no, el lugar), parece fomentar las dosis literarias de sus habitantes en un sentido concreto y sangriento. Ella (doy por hecho, no sé el motivo, que es una mujer), se siente al margen de ese influjo. Realmente, es distinta a sus vecinos: no se limita a imaginar y redactar, sino que prefiere la acción directa y truculenta, transformándose en lo que no era, tétrica, y superando al resto de la comunidad.
Un relato enmarcado, paradójicamente, en el género que la protagonista dice no interesarle, en el que la falta de luminosidad juega un papel decisivo, con un título muy literario y atrayente.
Un saludo y suerte, Rosaía
Efectivamente, es una mujer, aunque en ningún momento lo dice.
Saludos y gracias por tus palabras.