39. Islandia
El horizonte es azufre y el ocre se posa en las astas de los renos. Hay nieve, líquenes y lava. El viaje se le ocurrió a ella; a ver si la aurora boreal les regalaba un lapislázuli que se les había extraviado en la inercia de los días. Le busca las manos, las caricias de antaño. Pero él hace fotografías. Ella vomita el desayuno cada mañana desde hace una semana. Él comenta que no será nada grave, que en los coches siempre se marea. A ella le gustaría decírselo al lado del géiser; usar la fuerza del agua hirviendo que brota del suelo helado, gritárselo sin hablar y alegrarse juntos. Vuelve a dejar atrás el momento. Él también la esquiva porque sabe que cuando se encuentren con la mirada no conseguirá amordazar la infidelidad de los últimos meses. Llega una nueva noche polar y el frío les lleva hasta la habitación estéril del hotel. Con dos camas separadas.
Hay relaciones a prueba de bomba, que hasta perdonan deslices y superan toda prueba, pero otras quedan resentidas para siempre. Un viaje, por atractivo que sea, no puede arreglar ese problema por sí solo.
Cuando la frialdad se ha instalado poco puede hacerse; la temperatura gélida de Islandia, aunque parezca acorde con sus vidas actuales, ni las arenas del desierto. Es de temer que la llegada de una criatura tampoco sea solución. Esas camas separadas lo dicen casi todo.
Un relato sobre el desamor, sobre un contrato de confianza herido de muerte y sin aparente componenda.
Un abrazo y suerte, Mei
Con qué maestría has trazado esta relación. El frío me ha hecho tiritar al leerla.¡Enhorabuena!
Felicidades por esta historia de desamor, de separación de almas reflejada en esas dos camas separadas. Y lo reflejas con una gran sensibilidad, Mei. Preciosa historia en la que no cabe un final feliz. Un abrazo. Gloria