32. Isla de Santa Elena
Murió de nostalgia – dictaminó rotundo el doctor desechando así la idea de un cáncer de estómago o la posibilidad de envenenamiento por arsénico.
¿Está seguro?
No me cabe la menor duda – sentenció el galeno deteniéndose en el plato de estofado del finado donde las hojas de laurel dibujaban una suerte de corona.
En el exilio, despojado de todo y sin posibilidad de remontar mientras contempla algo parecido a una corona de laurel, símbolo de su momento de mayor gloria al proclamarse emperador, es lógico que este personaje sienta una nostalgia profunda, tanta, que consuma sus últimas fuerzas.
Suele suceder que cuando para vivir faltan alicientes, para morir sobran los motivos.
Un relato que tiene en la brevedad y la historia bien escogida, no menos que las palabras, toda su fuerza.
Un saludo y suerte, Raúl.
Un claro ejemplo de como decir mucho con pocas palabras, las justas y adecuadas para evocar perfectamente lo pretendido.
¡Muchas gracias por vuestros comentarios!
Napoleón se coronó a sí mismo. Eso lo dice todo. Menudo ególatra.