35. Promesas incumplidas (Marisa Martínez Arce)
Cuando cerré la puerta, sentí una sensación de alivio. Bajé la escalera despacio y en silencio, intentando hacer el menor ruido, cual ladrona que huye sigilosa tras obtener su botín. Con miedo, pero sin culpa. Dejaba atrás tus promesas incumplidas, rotas e inacabadas; te querré siempre, lo nuestro es para siempre. Siempre, siempre, siempre. Abusabas tanto de este adverbio.
Yo hubiera preferido: te respetaré siempre, te cuidaré siempre o, mejor aún, no te pondré nunca la mano encima.
Hay palabras que, no por su uso redundante, merecen el significado que expresan; al contrario, su contenido queda desvaído y resulta difícil de creer por mucho que se repitan, si no van acompañadas de las acciones que se les supone.
En esta sociedad de tantos discursos huecos, la palabra «siempre» no debería utilizarse, al menos no de forma tan alegre. Ese adverbio, que coquetea nada menos que con la eternidad, para tu protagonista no es sino un suplicio al que no le ve el fin. No se maltrata a quien se ama, ni a nadie (y permíteme que utilice otro adverbio) nunca.
Un relato que tiene en la brevedad y en una palabra mucho que transmitir.
Un abrazo y suerte, Marisa
Buen relato, Marisa. El maltrato, por desgracia un tema socorrido y sin embargo tan actual. Me gusta que tu protagonista, diga ¡¡¡basta!!!
Mucha suerte.
Saludos.
Pues mira, hace bien en cerrar la puerta y salir pitando de allí. Una abrazo, Marisa. Suerte.