66. El correo
Otro día más baja por el sendero a paso lento, el pelo recogido, las manos cruzadas bajo el pecho, con su abrigo largo y las botas altas llenas de barro. Esta semana la niebla no ha dado tregua. Como siempre se para delante del buzón. Ahí se queda mirando al infinito con sus grandes y tristes ojos, recordando voces, risas, suspiros y hasta olores. Con suavidad acaricia la oxidada superficie que el tiempo ha maltratado igual que a ella. Vuelve a casa sin abrir el buzón, no sabe si podrá hacerlo, sabe que hoy hay algo. Ha visto las nítidas e inconfundibles huellas marcadas en el barro. Creía querer saber, pero ahora no está segura, al menos antes le quedaba la incertidumbre, la esperanza.
Ahora tendrá que empezar de cero, cerrar el capítulo y perdonarse como madre, por no haberlo sabido hacer mejor, pero hoy no. No tiene fuerzas, solo quiere llorar como la niebla y diluirse en ella.
Triste como un día de invierno esperando noticias que no terminan de llegar.
Me ha encantado esa prosa tan bella y cuidada que va dejando un poso de tristeza en cada palabra.
Un saludo.
Creo que ha esperado tanto esas noticias y que se ha acostumbrado tanto a esa espera, que si llegara algo, la sacaría del letargo nostálgico donde empieza a sentirse cómoda. Dicen que la zona de confort esa de la que tanto se habla, no tiene que ser precisamente feliz, ni siquiera agradable, solo es la zona a la que te has acomodado, aquella en que te sientes seguro. Tu protagonista parece sentirse bien en la espera y el abatimiento y, recibir noticias supondría un cambio que no desea porque no sabe cómo enfrentar. O eso me parece a mi,claro.
Feliz noche, última de enero.
Aings… tu relato me ha parecido tan triste como precioso. Me ha gustado mucho cómo has dibujado esa protagonista, y esa incertidumbre y miedo, que puede ser el de cualquiera de nosotros. Y es que nos da pena no tener noticias, pero tenerlas y que no sean buenas, o que acaben para siempre con esa excusa para seguir en pie. Precioso. Te deseo mucha suerte.