75. TESOROS LÍQUIDOS (Rosalía Guerrero Jordán)
Carlitos mira ensimismado el licor favorito de su padre. Con su cuerpo ovalado, rematado por una esfera cristalina, la botella reposa adormecida entre los libros polvorientos del despacho. La luz del atardecer entra por el ventanal y le araña reflejos dorados. Le recuerda el frasco de perfume de mamá que conserva, escondido en el fondo del ropero. Ése que le adormece los sentidos cuando lo acerca a su nariz y la trae de vuelta.
Se sube a la mecedora y, como un equilibrista sin público, alcanza la botella y salta a la mullida alfombra con una pirueta circense. Abraza su tesoro y sonríe.
Justo antes de que su compungida abuela lo arrastre delante de toda esa gente triste vestida de negro, Carlitos tiene tiempo de esconder la botella debajo del escritorio.
Esa noche, cuando todos duerman, volverá a por ella. Después, en su habitación, aspirará el aroma de papá y lo esconderá junto al de mamá para tenerlos siempre a su lado.
Todas las personas desprenden un olor particular, unido a otros que, por sus costumbres, se le puedan adherir y con los que también son identificados.
A este pobre muchacho huérfano solo le queda la ilusión de un licor y de un perfume, elevados a la categoría de tesoros; a ellos se aferra en la esperanza de que aún tiene vestigios de sus padres. Solo es un espejismo, una nostalgia alimentada por el sentido del olfato, pero no le queda otra cosa, salvo su abuela.
Un relato sobre la necesidad de digerir la ausencia de seres queridos, cada cual tiene su manera.
Un saludo y suerte, Rosalía
Muchas gracias Ángel.
El olfato es un gran evocador. A mí este buen relato me huele a orfandad, inocencia, pena…
La nostalgia a través de los olores, tan cierto, y tan triste en tu relato. Los dos motores de la primera propuesta de este año unidos de forma magistral.
Mucha suerte Rosalia!!!
Bssss!!