34. Último acto
Desprendía una belleza serena allí tendido sobre el lecho acolchado. Lo besó con dulzura en la frente, en los párpados cerrados, en sus frías mejillas. Pero cuando llegó a la boca, a esos labios carnosos, se vio dominada por un deseo irrefrenable que la empujó a abalanzarse sobre él mientras sus manos se perdían ansiosas bajo la camisa, bajo el pantalón. Su cuerpo ardía de pasión. Sentía como un fuego intenso la consumía por dentro. Amor, amor, repetía extasiada. Tal era el frenesí que no advirtió como el féretro se cerraba. Cuando descubrió las llamas devorando la madera ya era demasiado tarde. Sus gritos de horror se estrellaron en las paredes de aquel horno crematorio.
Si es cierto, como se ha dicho, que la vida es puro teatro, la incomparecencia de uno de los actores principales ha de condicionar la continuidad del espectáculo, tanto, que puede que conduzca a un «último acto» (muy buen título) con forma de pasión irrefrenable, de consecuencias literal y completamente ardorosas.
Un planteamiento original y una despedida que sorprende a la protagonista y al lector.
Un abrazo y suerte, Raúl
Muchísimas gracias Ángel.
«Su cuerpo ardía de pasión. Sentía como un fuego intenso la consumía por dentro» Y tanto.
Quien juega con fuego se termina quemando.
Gracias Juan.