66. Así nacen los héroes
Lo miró un instante y observó su cara de terror. Un curioso burbujeo removió su estómago, y notó una sensación de calor ascendiendo desde sus pies hasta las orejas, tan intensa que lo obligó a detener sus pasos.
Sabía que solo tendría una oportunidad antes de que aquel abusón propinara un puñetazo al chico arrinconado del patio. Pero, a veces, en el fragor de las batallas más nobles cuesta calcular la distancia con el enemigo, y el destino ya había decidido cómo habría de librarse el combate. Antes de que aquel puño en vuelo rasante encontrara su objetivo, se estrelló de lleno en la boca de la barrera humana que nadie vio llegar. A Miguel nunca se le dio bien controlar los tiempos.
La herida sangrante y sus ojos desafiantes fueron suficientes para persuadir al matón, pero lo que realmente le acobardó fue la firme promesa de delatarlo al director.
Con una paleta menos y la férrea decisión de cambiar las cosas, volvió a entrar en el colegio.
A pocos metros, un niño tembloroso, que aún no salía de su asombro, recogía un diente ensangrentado. Lo limpió con mucho cuidado, justo antes de guardarlo en su bolsillo como un tesoro.
La mala gente se sirve del miedo que provocan. Cuando se les planta cara, las cosas cambian, una inercia maldita se quiebra; tal vez también, como en el caso de tu relato, nace un héroe y una amistad entre dos muchachos. No es nada vergonzoso, aunque lo parezca, ser vapuleado por una buena causa.
Una historia con una actitud altruista a imitar y que, por desgracia, no es la que suele darse.
Un saludo y suerte, María