76. La trayectoria
Para suicidarte desde lo alto de un edificio, lo importante es saber caer. Parece mentira que a estas alturas tengamos que recordar algo tan obvio, pero es que cada vez la gente cae peor. Antes, los suicidas de nuestro edificio subían a la azotea, se lanzaban y en 4 o 5 segundos se estampaban contra el suelo, que es lo que se espera de ellos. Nosotros correspondíamos con unos aplausos de protocolo y a esperar al siguiente. Pero ahora no. Yo no sé si es que estos suicidas modernos no saben calcular la trayectoria, pero el caso es que entre que se golpean con los alféizares y rebotan en las cuerdas de tender o en las cornisas, tardan una eternidad en llegar al suelo. Y se pierde en espontaneidad. Al último, un tal Clarence, le dio por descender zigzagueando. Y claro, como tardaba casi un minuto en atravesar cada ventana, los vecinos aprovechamos para echarle en cara todo lo que nos habíamos callado de él durante tantos años. Se posó en el suelo, rojo como un tomate, se sacudió el polvo y desapareció por la primera esquina. Hubo abucheo, por supuesto. Y no hemos vuelto a saber de él.
Qué vergüenza debió de pasar ese pobre suicida. Aunque debería saber que las cosas se hacen bien o no se hacen. Podría haber triunfado en el vecindario, pero en lugar de eso sufrió una gran vergüenza pública.
Surrealismo inteligente y buen humor negro, en tu línea.
Un abrazo y suerte, José Manuel
Enhorabuena por el relato y la selección. No lo había leído antes. Es muy bueno.
Un saludo.