38. Uno de los nuestros
–Últimas tardes con Teresa –dijo el recién llegado–.
Accedió al recinto porque esa era una contraseña válida.
Después de la última catástrofe, la biblioteca se alzaba como el único edificio más allá de la zona contaminada. A él llegaban damnificados en busca de refugio. Solo les exigíamos la combinación de palabras que les abriese la puerta. Luego, el abrigo de los libros haría el resto. Cuando creían recuperarse, volvían a su mundo hasta la próxima recaída. Había quienes se incorporaban a nuestro empeño y así conseguíamos ganar adeptos. Por aquel entonces las campañas de promoción de la lectura, como escudo contra los agentes tóxicos, eran un vago recuerdo sepultado bajo pantallas mutantes, voces pretendidamente salvadoras y promesas de felicidad a la vuelta de la esquina.
Lo que nos asombró de este náufrago que venía desde tan lejos –Sancho se llamaba– es que, tras confesar sentirse mohíno y confundido, añadió que entraba en este lugar sagrado para reencontrarse con la sabiduría y el alivio que antaño le proporcionara su llorado compañero de fatigas.
La lectura siempre ha sido un refugio frente a una realidad demasiado sórdida. Si algo necesitamos a menudo es evadirnos y nada mejor para ello que un buen libro. No es de extrañar que en un mundo tecnificado, dirigido y frío, las historias cumplan un papel sanador. Lo que causa más sorpresa es que un personaje entrañable, al que creíamos de ficción, busque refugio en los libros de los que, al parecer, salió, sería la prueba de que se ha encarnado, como también la constatación de la magia de la literatura, que todo lo hace posible.
Un relato imaginativo, para una minoría que prefiere las páginas, aunque supongan un pequeño esfuerzo, a la vez que hacen pensar, frente a las pantallas, donde todo se ofrece precocinado y dirigido.
Un abrazo y suerte, José Luis
Gracias, Ángel, por tu esclarecedor análisis. Has dado en la diana, como siempre.
Un saludo y suerte a ti también con tu rotundo Trabajo completo.
Me ha encantado leer esta propuesta. Desde la contraseña hasta el último párrafo de homenaje . Tampoco se me ocurre mejor Casa de Salud que una biblioteca ni mejor medicina que un buen libro. ¡Enhorabuena¡