55. Encuentros
En el silencio de la noche el traqueteo de la camioneta que recorría el pueblo sonaba como el mordisqueo de una rata. «Guárdalo por si me pasa algo», me dijo al oír el chirrido de los frenos frente a la puerta. Entre lágrimas, tumbada en la cama del hospital, mi abuela me contó esta historia y me pasó el testigo de su infructuosa búsqueda: un pequeño botón nacarado. Hoy frente a la excavación lo recordaba con dolor y esperaba cerrar este capítulo de nuestra familia. Mi madre no quería saber nada: «Bastante tuve con ser la huérfanita roja» decía. Era una de las muchas historias que siempre han sobrevolado por los pueblos de la zona como un buitre hambriento. En torno al hoyo un grupo de habitantes de los alrededores aguardábamos en silencio para identificar los restos. Cuando me llegó el turno bajé. Entre aquel amasijo de huesos no tardé en identificar el cadáver que conservaba la camisa cuyos botones confirmaban que era mi abuelo. Entonces oí un llanto desgarrador a mi espalda y al mirar descubrí sorprendido una mujer muy parecida a mi madre. Con precaución alargaba su mano en mi dirección mostrándome un botón exactamente igual al mío.
Para poder vivir el presente y mirar al futuro es necesario cerrar el pasado, aunque para ello haya que introducirse dentro de la tierra. Cuando se escarba pueden encontrarse sorpresas, como alguna hija no reconocida de un abuelo, o no conocida por todos.
Donde las palabras desaparecieron bajo la nebulosa del olvido, las pruebas físicas pueden aclarar realidades y hasta descubrir a parte de una familia que se desconocía. Un simple botón, o dos, pueden ser suficientes para esclarecer sacar a la luz lo inesperado.
Un relato sobre las virtudes de la arqueología para llenar huecos, resolver dudas y establecer hipótesis, fuente de descubrimientos y hallazgos que contribuye a encontrarnos y explicarnos a nosotros mismos.
Un saludo y suerte, Germán