66. La segregación del odio.
Entraron de noche, derribando la puerta de una patada y arrasando el silencio con los ladridos de los perros y las carreras de los soldados.
Primero encontraron a mi hermana, aguantando a duras penas el llanto tras el forro del armario. Después sacaron a rastras a mis padres, escondidos bajo el colchón de su cama, y poco después dieron conmigo.
Mientras nos arrinconaban en el salón pude verle. Hans estaba junto a la puerta, mirándome impasible. Corrí hacia él y le imploré perdón cogiéndole de la mano. Nos conocíamos desde que éramos niños, y siempre habíamos sido muy amigos. Nunca quise hacerle daño, pero cuando rechacé su proposición de matrimonio se enfadó y no volví a verle más, hasta esa noche.
Su bofetada me dejó sin sentido, y cuando desperté estaba presa en uno de los calabozos de las S.S.
Allí me daban de comer lo justo para mantenerme con vida, y cada noche, Hans derramaba sobre mí, en pequeñas porciones, todo el odio acumulado durante años, maldiciendo el haberse dejado robar el corazón por un ser inferior a su raza.
La teórica razón, o lógica, que se supone motiva la mayoría de nuestros actos, a veces choca con la verdad y el sentido común, que nos ponen en nuestro lugar, que evidencian los errores que construimos.
El fanatismo conduce al odio, que tiene a la ira de compañera cercana, una ira por unos sentimientos contradictorios de los que este personaje quisiera renegar, pero a los que acaba rendido, porque es la verdadera realidad, no la que él y otros exaltados de su calaña se han fabricado.
Un relato que pone en evidencia grandes errores cometidos en la historia reciente, que, por desgracia, a veces parece que no se han superado del todo.
Un saludo y suerte, Alfonso
La incapacidad de aceptar un rechazo, por no conseguir lo que se persigue o por no saber gestionar una negativa puede culminar en actos cruentos o ilógicos por el empuje del enfado, del odio, de la ira. Es algo común de ahora y de siempre. Situarlo en otro contexto histórico muy reconocible le ha dado más fuerza y crudeza. Me gusta tu relato, Alfonso. Suerte y abrazos.