68. Segundas partes
Habíamos quedado en el mismo café de Comillas donde nos conocimos. Raquel fue mi primera novia, llevábamos veinte años sin vernos. El dueño nos regaló una canción de Aute que nos trasladó a los noventa como un condensador de fluzo. Salvo nuestras tallas, nada había cambiado. Bajo la severa mirada del Ángel Caído, nos besamos y acabamos en su casa. Puso un disco de música tibetana y empezó a acariciarme el pecho, mientras me daba besos ligeros como copos de nieve que se deshacian al tocar la piel. A los quince minutos empecé a pensar que me venía el seguro del coche, y que para comer iba a preparar calabacín rebozado. Aquello era la madre de todos los preliminares. Debió notar mi impaciencia y me reprochó mi falocentrismo. Las fuerzas me abandonaron y nos vestimos rumiando antiguos rencores . En la puerta me dijo, visiblemente irritada, que de un tío tan leído como yo esperaba una sexualidad más sofisticada, y que el sexo conmigo era como montar un mueble de Ikea.
– Siempre nos quedará Comillas – balbuceé encajando el golpe.
Aquel episodio marcó el final mi juventud, pero las desventuras de un hombre maduro dan para otro relato.
Es lógico que se diga que segundas partes nunca fueron buenas, porque si ya hubo un fracaso anterior debió de ser por algo. El enfado por las expectativas frustradas vuelve a aflorar, el tiempo no ha enmendado las causas que lo motivaron.
Con estructura de diario personal y expresiones ágiles y actuales, cuentas una historia interesante, abierta a segundas partes.
Un abrazo y suerte, Lucas
Qué gusto leerte, Ángel. Como siempre, gracias por tu comentario.Abrazo desde Cantabria.