13. Sentencia (Josep Casals)
Esta vez no habían calculado bien la medida del lote de acusados porque apenas cabían en el banquillo. Tenían que sentarse apretados y los de los dos extremos, para no caer, debían ponerse de través y trabar bien las piernas a modo de tornapuntas. Cuando uno de aquellos desgraciados se levantaba par ser interrogado, el vacío que dejaba duraba apenas una fracción de segundo y después tenía que recuperar su sitio a base de golpes de cadera, pues los prisioneros llevaban los brazos cosidos al tronco.
La manera de afrontar la situación era diversa. A uno le temblaba la barbilla, otro sudaba a mares, el que iba descalzo balbuceaba lo que parecía ser una oración…, por el hedor que se percibía, era evidente que alguno se había orinado encima. Porque todos los imputados tenían asumido que los declararían culpables. La incertidumbre radicaba en la pena que impondrían a cada uno. Eran cinco, los jueces, pero las sentencias las leía, con la indiferencia que otorga la costumbre enraizada, el que tenía la araña tatuada en la sien. Fue el tercer acusado empezando por la izquierda quien recibió el castigo más severo: le condenaron a nacer.
El lapso de tiempo anterior a una sentencia que se sabe negativa ha de ser angustioso. La ansiedad nunca puede contenerse y se manifiesta de muchas formas, tantas como personas, la de estos cinco acusados es una muestra de ello.
Normalmente, nos aferramos a la vida, aunque haya sido un valle de lágrimas, fuera de ella está lo desconocido o, simplemente, la nada. Hay existencias que son un suplicio interminable, debe de ser el caso de estos pobres infelices, para quien el peor castigo es volver a empezar, la perspectiva de otra trayectoria vital marcada por el sufrimiento continuo, que en ningún modo ven como una nueva oportunidad.
Un relato rebosante de ansiedad y miedo, con un planteamiento singular.
Un abrazo y suerte, Josep