32. Oremos
Ángeles habrá muchos, pero como mi Ángel, ninguno. Me hace el amor que es una gloria bendita, vamos, que no me sube al séptimo cielo, que lo suyo ya no tiene número. Me provoca tales éxtasis que ni santa Teresa en sus mejores momentos; me deja desmayada, en un limbo que ni cielo ni infierno, yo qué sé, una suspensión del alma que se sale del cuerpo del gusto; con una proporción tan divina que ni el Hombre de Vitruvio, ni el número áureo, ni la secuencia de Fibonacci juntas podrían superarle. Lo malo es que yo no soy creyente, y tener que rezarle para que no me abandone, y me deje desamparada, me está costando, pero a ver dónde y cómo encuentro otro como él, porque habrá muchos, ya ves tú, pero si éste es el mío, qué necesidad tengo de complicarme la vida, y total, parece que no le importa si creo o no, casi diría que oírme rezar le hace gracia. En fin, que: “Cuatro esquinitas tiene mi cama, dos miran a Cuenca y dos a Guadarrama, Ángel de mi alma, si no me echas un polvo hoy, que sea, sin falta, mañana.”
La fe consiste en creer sin ver. Tu protagonista, sin embargo, experimenta el proceso contrario. A fuerza de ver (más bien de sentir) ha terminado por creer y hasta rezar.
Todos buscamos la felicidad, ella tiene claro cual es la suya.
Un relato divertido y atrevido.
Un abrazo y suerte, Ana
¡Amén! Jajajaja.