55. Hija única
La niña pone la manita sobre la abultada tripa de su madre y pregunta si falta mucho. La madre le sonríe y contesta que no, que en muy pocos días podrán abrazarse y darse muchos besos y que muy pronto compartirán toda la ropa y los juguetes. La niña ladea su cabeza, lanza un beso a su madre y regresa entre saltitos a su cuarto. Cierra la puerta con sumo cuidado, esconde su camiseta de princesas tras el cajón del armario y, canturreando, empieza a afilar todos sus juguetes.
Todo transcurre acorde con lo que podemos esperar, hasta que la palabra «afilar» de la última frase, que asociamos enseguida con el título, nos hace ver que las relaciones entre hermanos pueden ser para toda la vida, con fuertes lazos, o todo lo contrario, como Caín y Abel.
No hacen falta más palabras para ponernos en situación, que nos conduce a un contundente derechazo final que nadie espera.
Un abrazo y suerte, Rafa
¡Con lo que a mí me gustan los relatos cortos, contundentes y con un toque malévolo! Y si ese toque se da con una única palabra clave, el relato queda perfectamente afilado. Me encanta.
Gracias por tu comentario, Ángel. Hay personas en este mundo que no están hechas para tener seres fraternales cerca. Como decía Mel Brooks en La loca historia del mundo, es bueno ser el rey. Abrazos.
Lo malévolo es bueno, ¿verdad? Eso me han dicho desde pequeño. 😉 Gracias por tu comentario, Edita. Un abrazote.
Qué requetebueno, Rafa, felicidades
Un fuerte abrazo
Maestro Rafa, que relato tan afilado. Una palabra y le das la vuelta al mundo hasta que viajas de nuevo al título. Eres un genio amigo. Suerte.
Gracias, Javi. Gracias, Elena. Vuestras plumas también son afiladas. 😉
Un abrazo.