74. Tiempo y distancia -Calamanda Nevado-
Sin dejar de mirarlo, vi que me observaba al otro lado de la acera ¡Acércate! Grité. Intercambiaremos los cromos que llevamos en los bolsillos. Volví a pedírselo, con optimismo, hasta que mi eco lo apagó el ruido del tráfico. Asaetado por sus ojos gimoteantes, crucé los escalones de la avenida que nos separaba, y corrí a su encuentro. Quise buscar las palabras adecuadas y abrazarlo. Debemos dejar atrás el dolor de la separación. Murmuré. Aprovechó un golpe de viento, a favor, y con pasos largos entró en mi portal como si no hubiera otra puerta abierta en la tierra.
Mañana vuelvo a tu casa, exclamó, aunque sea vestido de payaso para que no me reconozcan.
Recordamos nuestra infancia feliz hasta el momento en que quedamos sin alma, y se nos clavó el desencanto en la mirada por las absurdas razones de los adultos. Poco, a poco, aprendimos a llorar a escondidas, dejar de buscarnos al escondite, y cerrar las páginas de las canicas, los cochecitos y los lapiceros viejos.
Hermano, murmuró bonachón, de repente nos hemos encontrado. Por fin me reposa el corazón. Y nuevamente chocamos persiguiendo un balón en el patio, aunque hace tiempo que dejamos de ser niños.
Nunca deberíamos olvidar al niño que tenemos dentro. Hemos de evolucionar, qué duda cabe, pero la sana amistad, la inocencia, es algo que no tendríamos que perder nunca, o no del todo, reservarle un rinconcito para que se solace.
Cuando dos adultos que han compartido muchas horas durante la infancia se encuentran, muchas veces saltan chispas, recuerdos y complicidades, por mucho que los rigores de la madurez les hayan invadido, por algo será.
Un relato que muestra el paso del tiempo como algo inevitable, pero con la herramienta de la cercanía, para impedir que la distancia separe del todo a las personas. Por mucho que cambien las circunstancias, donde hubo, siempre queda algo.
Un abrazo y suerte, Calamanda
Hola, Angel.
Gracias por estar ahí. Suerte con tus cosas.
Abrazosss