63. MEZCOLANZA
– ¡Envido a chica!
La muchacha parpadeó, sorprendida, y detuvo su paseo matutino ante aquel desconocido con extraño acento que le bloqueaba el paso. Era alto, rubio y de ojos azules. “Nórdico, seguro”, pensó, meneando la cabeza al tiempo que lo esquivaba y reanudaba la marcha. Pero el joven no se rindió: corrió para alcanzarla, rebasarla y saltar de nuevo ante ella, con las piernas separadas y los brazos en jarras.
– ¡Veinte en copas!
La muchacha no sabía si echarse a reír o soltarle un bofetón. Con un resoplido ambiguo, que a nada la comprometía, lo esquivó por segunda vez y siguió andando, esperando la tercera acometida, que no se hizo esperar más allá de quince segundos.
– ¡Siete y media!
La muchacha se encaró con él.
– ¿Pero a ti qué te pasa?
El joven, sonriente, sacó de su pecho un as de corazones. Enternecida, la muchacha le tomó de la mano y paseó junto a él, ese día y todos los demás, compartiendo oros y diamantes, despreciando picas, espadas y bastos, regalándose mutuamente tréboles de cuatro hojas hasta apurar la copa de la vida de ambos.
Dos barajas, un solo destino.
Cualquier creación humana tiene sus cimientos en la vida misma, tan amplia y rica en matices, también le sucede a los naipes, en cuyos juegos se basa uno de tus personajes, que utiliza fórmulas conocidas para establecer relaciones con una joven. Lo más difícil siempre es empezar y de alguna forma hay que hacerlo. Él sabía que no debía dejar pasar esa oportunidad, hizo su jugada y le salió bien, para felicidad de ambos.
Un relato amable, por la simpatía de sus protagonistas y el final satisfactorio.
Un abrazo y suerte, Ana María
Muchas gracias Ángel, como siempre tan positivos tus comentarios.
En efecto, hay muchas formas de romper el hielo y parece que mi protagonista acertó con la elegida. Eso, y que la chica estaba de buen humor y no optó por el bofetón.