37. Juana, siempre Juana
El calor de la hoguera le recordó su nombre. Y fue justo en su centro, cuando del cuerpo solo quedaba el corazón, que el último latido se hizo el primero en otra Juana.
Rodeada del calor y la humedad de la selva de alacle y chicalote blanco, la otra Juana regresa una y otra vez a su propia hoguera, azuzada con las palabras que se clavan en los corazones de su tiempo, para convertirlos en leños y hacer del fuego su paraíso personal y terreno.
Otra Juana, de Arco, murió en una hoguera, aunque ahí comenzó su leyenda, es decir, su inmortalidad. En el caso de la de tu relato, enmarcada en Sudamérica, parece que ese fuego, lejos de extinguirla, la perpetúa, regenerándola en otra similar, que sabe que también será sacrificada, pero va a sobrevivir una de sus cenizas, como el ave fénix, en el cuerpo de otra. Juana para siempre, como bien indica el título.
Un saludo y suerte, Ángel