45. Extraña situación
En cuanto escuchamos que llegaban sus tropas y que tomarían el pueblo, supe que lo suyo era escapar y abandonar a la familia. Había muchos dedos ya preparados para señalarme.
Me eché al monte, donde ya sabía de mi capacidad para de sobrevivir; mucho de lo que aplacaba el hambre en mi casa venía de allí casi a diario.
Fue pasando el tiempo sin que me atreviera a acercarme a ninguna población, a lo más miraba de muy lejos sin distinguir nada anormal. Me aterraba la muerte.
Me acostumbré a esa vida y no esperaba ya otra, solo seguir respirando.
Pasaron muchas estaciones hasta que un invierno me enfermó en exceso y creía estar en las últimas. Así que, puestos a morir por morir, decidí regresar. Caí ya muy cerca y me desvanecí sin pensar que volvería a despertar.
Lo hice en una confortable cama sintiéndome bastante mejor. Y allí estaba mi mujer, un tanto envejecida, y mis hijos irreconocibles. También unos muchachos más pequeños y Juan el carpintero.
Los míos habían ganado la guerra.
Cuando alguien a quien se ha dado por muerto, regresa, lo lógico es que los suyos hayan seguido adelante, pero sin él.
Es lógico querer preservar la existencia, aunque no tanto ponerla por encima de todo, hasta de la propia familia, a la que tu protagonista había abandonado para intentar salvar su pellejo como prioridad absoluta. Al menos, ellos fueron caritativos y le asistieron en su retorno. El problema ahora será adaptarse a las circunstancias. Sería interesante saber cuál será su próximo paso, si se arrepiente de esa vuelta a un mundo que ya no es el suyo.
Un relato sobre una «extraña situación», aunque posible, algunas similares se han dado en tiempos de guerra, con la paradoja de alguien dispuesto a todo por seguir en la vida, algo que consigue, pero al precio, quizá, de vaciarla de sentido.
Un abrazo y suerte, Javier
Gracias Ángel. No es una historia inverosímil. Y un hombre apegado a su vida sobre todo.
Un abrazo