63. Fuego en el cuerpo
Hay incendios que pueden durar una vida entera. Cuando llega la hora siento la inquietud de los animales ante las llamas. Me deslizo por el pasillo y llego a tu habitación sin aliento. Nos buscamos en la penumbra, mis sentidos te eligen por aclamación. Forcejeamos con el pudor hasta ponerlo en vergüenza. El somier protesta, desconcertado tras una vida sin sobresaltos. Ignorando el golpeteo rítmico del cabecero contra la pared, nos emulsionamos hasta lograr una textura uniforme. Alcanzamos el punto de inflexión, el de ebullición, el de nieve y el de no retorno. Con las urgencias de la edad no tomamos precauciones. Intento un repliegue táctico, pero cortas mi retirada con una maniobra de piernas envolventes digna del mejor Bonaparte. Perdemos la cabeza y caemos por la madriguera del conejo blanco, donde un sombrerero aterrado nos advierte que tengamos cuidado con la cabeza. Antes de la pequeña muerte vemos una luz y, ante nosotros, pasan fugaces todos los polvos de nuestra vida. Me invade el deseo de quedarme, de esconderme del mundo contigo, pero vuelvo a mi habitación venciendo el desamparo de mis rodillas. En la residencia de ancianos «Nuevo Atardecer» las normas son muy estrictas.
¿Quién ha dicho que en la Tercera Edad ya no son posibles según qué cosas? ¿Y que la pasión es algo propio de la juventud? Precisamente, quien más ha vivido y sabe que la vida pasa muy deprisa, es quien mejor puede saber aprovechar cada momento, aún a riesgo de un lumbago o de algo peor.
Un relato tan intenso como elegante. Una residencia con alguna norma estricta y otras muy flexibles, a la que dan ganas de ir reservando plaza de cara al futuro, que mayores seremos algún día todos, y si no, malo.
Un abrazo y suerte, Lucas.
Gracias por leerlo y por tu comentario, Ángel.
Supongo que a ciertas edades ya no se puede hacer el salto del tigre, pero seguro que hay cosas más relajadas pero igualmente placenteras. Te mando un gran abrazo desde Cantabria
Qué historia tan bonita de un polvo deseado y robado; un polvo tal vez inesperado y tan bien envuelto en sus piernas. Una frase de inicio corta y reveladora, con un título que ya nos cuenta un secreto y ambas cosas juntas, hacen que se empiece a leer fácilmente.
Tu relato, como dice Ángel y no encuentro mejores adjetivos, resulta intenso y elegante.
Mi enhorabuena Lucas.