65. Piel de dragón
Hay rabia en cada golpe de martillo. Vuelan las chispas del metal y las gotas de sudor de su cuerpo. Tiene el brazo entumecido, el hombro agarrotado, la espalda dolorida. Jadea, pero continúa.
Tras devolver la pieza a la fragua, bebe un trago de aguardiente y escupe las últimas gotas hacia las brasas. El fogonazo araña las cicatrices de su piel y atormenta sus ojos. En la llamarada cree ver a su demonio. Da un paso atrás y remueve el carbón con el atizador. Restriega su frente con el antebrazo, recompone los vendajes de sus manos y ajusta el delantal de cuero sobre su cuerpo lacerado.
Vuelve al yunque. Golpea una y otra vez hasta que tiene la última pieza forjada con trozos de escamas de la bestia alada. Se viste con la armadura y se acerca al fuego. Sonríe. No siente el calor; tampoco sentirá el aliento abrasador de su enemigo.
Ante un reto difícil solo queda oponer un factor para intentar hacerle frente: prepararse para una situación extrema. Tu protagonista ha sometido su cuerpo al límite, para soportar lo que a cualquier otro le habría echado para atrás. No sabemos el resultado, pero el dragón no lo va a tener fácil frente a alguien tan decidido y preparado.
Un abrazo, Rafa, que pronto te daré en persona. Suerte.