05. Las fotos
No había monstruo más horrible para el hombre que la muerte. La sola mención de aquella simple palabra era suficiente para paralizarnos, volvernos una hoja temblorosa al viento más feroz. Pasamos nuestros días en este mundo temiéndole y, cuando finalmente llega, nos sumimos en un torbellino frenético de tradiciones y costumbres. La muerte de mi abuelo no fue una sorpresa. Meses enteros nos sentábamos en la silla destartalada al lado de su cama, tomando su mano huesuda en nuestras manos y escuchando, quizá por la última vez, historias de tiempos pasados. En los últimos días, el hombre se perdía en las brumas de su mente, deleitándonos con aquellos recuerdos que, siempre, mantuvo bajo siete llaves. Historias de sus antepasados, nuestros antepasados, personajes antiguos que solo eran nombres en nuestras memorias; un rostro en las fotos desteñidas.
Aquellas fotos que, luego de su muerte, largamente esperada, me pertenecían. Miles de sonrisas y vidas desconocidas; historias que se escondían entre las páginas de los álbumes que, alguien, había hojeado tantas veces que casi las destruyó. Y, me pierdo en ellos, me dejó arrastrar al pasado, a otros lugares, lugares que nunca en la vida podría visitar. Vivo vidas ajenas.
Cuando una persona llega al fin de sus días deja un vacío inevitable. El buen recuerdo que haya quedado en quienes le hayan conocido será su legado principal. No podemos ir mucho más allá, pero sí ayudar a que no se haya borrado del todo con fotografías, como también con literatura, artes ambas con vocación de eternidad.
Un saludo y suerte, Aleksandra