52. Herederos (Juana Mª Igarreta)
Un gran retrato preside el salón principal del viejo caserón. Desde él, Tomás Luzuriaga da la bienvenida a todo aquel que atraviesa la puerta de la estancia. Un conato de sonrisa parece escaparse al hermetismo de su boca, coronada con un rotundo bigote azabache, al que el tiempo no dio oportunidad de encanecerse. Dicen que, de joven, en sus mejores años de científico, tuvo una vida apasionante en un lugar muy remoto, pero, a su vuelta, nadie fue capaz de sonsacarle detalle alguno del mismo.
Han llegado de madrugada, flanqueados por los primeros rayos de sol. Están desfallecidos, con las fuerzas al límite. No han encontrado en todo el trayecto ni un triste lugar donde reponer energías. Ya se lo advirtió en su día la tatarabuela G21 a la bisabuela G22 y ésta a su vez a la abuela G23 “son seres muy atrasados, están a años luz de nosotros”. Más vale que la mamá G24, antes de emprender el viaje, se acordó de proveerse de clavijas universales para todos. Sí, pero ¿dónde conectarse? De las lámparas de la casa todavía cuelgan densos goterones de cera.
Unos nombres formados, simplemente, por letras y cifras, pueden servir para identificar a sus portadores, distinguir a unos de otros, como números de serie de cualquier producto, aunque también dan muestra de que se trata de creaciones no humanas. Tomás Luzuriaga murió, pero antes debió de ser capaz de crear humanoides capaces de perdurar e incluso perfeccionarse a sí mismos, que tienen bastante de humanos por sus inquietudes, ya que han hecho un largo viaje para buscar sus orígenes, el lugar del que provenía su creador y antecesor. Su continuidad en el tiempo es muestra de su perfección, aunque perfecto no hay nada, también tienen necesidades que los hacen vulnerables, como depender de una energía externa que no se encuentra en todas partes.
Quizá algún día nos extingamos. Puede que antes hayamos sido capaces de crear seres a nuestra imagen. Ojalá ellos encuentren la forma de perdurar.
Un relato esperanzador e inquietante a la vez, que cuenta mucho en poco espacio.
Un abrazo y suerte, Juana
Hola, Juana. Me imagino la desesperación de Mamá G24 al ver que esas lámparas no son universales sino vetustas y extintas lámparas a vela, que de nada les sirven a ella y a los demás Ges para recargar esa energía que necesitan tanto como los humanos necesitamos del agua… ¿Cómo sobrevivir en el lugar científico de sus orígenes, por muy científico que sea, si no tiene el enchufe o tomacorriente universal que conecta sus universales clavijas? La falta de humanidad aquí no es sólo una constatación del caserón vacío, también una frase irónica que aquí se vuelve terrible…
Tremendo periplo el de estos Herederos que no encuentran lo que buscan…
Me encantó, Juana.
Besotes😘😘😇😇
Hola, Ángel, aunque nuestra vida es un suspiro en el tiempo, estamos asistiendo a grandes avances. En general positivos, aunque también es verdad que se palpa cierta deshumanización. Hay una frase que no sé de quién es que dice «A medida que las máquinas se van pareciendo a los hombres, los hombres se van pareciendo a las máquinas», yo no sabría resumirlo mejor. Como bien comentas, estos humanoides que he imaginado son seres muy evolucionados pero están muy lejos de la perfección. Me da cierto miedo imaginármelos superiores a nosotros. Mil gracias por tus atinadas palabras. Un abrazo.
Hola, Mariángeles, muy interesante el juego que haces con el doble significado de «falta de humanidad». Esta pobre madre G24, tan humanizada ella preocupándose de tener clavijas para todos, como bien dices, tiene que estar desesperada al comprobar que no le sirven para nada. Hay herencias que te pueden jugar una mala pasada. Qué bien que te haya gustado. Mil gracias por tu jugoso comentario. Besos.
Un relato muy bien planteado que te reta con sus significados. Unos herederos humanoides regresan a sus orígenes gracias a los avances tecnológicos. Pero, a la vez, no todo lo científico tiene que ser perfecto por definición. En este caso, su capacidad de previsión y adaptación en un entorno desconocido deja mucho que desear. Inluso puede comprometer su supervivencia. La sonrisa de Tomás guardaba un interesante secreto.
Enhorabuena, Juana.
Un abrazo y mucha suerte.
Hola, Josep María, aunque tarde quiero agradecer tus generosas e interesantes palabras sobre el micro. Creo que llegar a la perfección de los robots será muy difícil, al fin y al cabo estarán siempre diseñados por seres imperfectos: los humanos. Me encanta la observación que haces sobre la sonrisa de Tomás, yo también imaginé al escribirlo que sonreía porque se llevaba su secreto a la tumba. Mil gracias de nuevo. Otro abrazo para ti.