75. Como lágrimas en la lluvia
Al cabo, nada os debo. Me debéis vosotros cuanto he escrito. Que hicierais vuestras las vivencias que os regalé en mis libros no os da derecho a poner en duda mis propios recuerdos. El de aquella tarde remota en que mi padre me llevó a conocer el hielo. O el de la mañana en que, al despertarme, me vi convertido en un monstruoso insecto. Y ahora os atrevéis a discutirlos. Incluso miráis con sospecha el torrente que desató en mi alma una simple magdalena mojada en soma-cola.
Produzco tantas emociones como ganancias. En cada feria planetaria firmo millones de ejemplares. Soy un autor admirado por mi imaginación desbordante. Pero habéis desenterrado esa vieja palabra y me la arrojáis a la cara: plagio. Decís que mis recuerdos no son originales. Que en una antigua biblioteca que sobrevivió a la quema de lo analógico han encontrado las fuentes de donde brotaron. Como si yo no hubiera vivido lo que cuento. Como si no fueran reales las aventuras con mi escudero, dando lanzazos frente a gigantes. Y son tan reales como la realidad que creéis vivir. En vuestra inocencia, ignoráis que toda la vida es sueño y los sueños, algoritmos.
Tomás, solo puedo decir que ¡me duelen las manos de aplaudir!
(Inserte aquí reverencia)
Suerte, aunque no la necesitas.
¡Buena historia! (una pena lo de la «quema de lo analógico»…, a ver si no llega o, al menos, no lo llegamos a ver nosotros).
Me encanta el final: los sueños, algoritmos.
Saludos!
Carme.
Gran homenaje a grandes obras de la literatura universal y a los libros en general. De una forma o de otra, que no se pierdan. Tu personaje tiene razón, los ha rescatado de un limbo de olvido, ha vuelto a producir emociones y eso es algo real. Estamos con él. Le perdonamos el posible plagio.
Un abrazo y suerte, Tomás.