77. Una última esperanza (Adrián Pérez Avendaño)
Cuando el forense acabó de dibujar con el bisturí una “U” a la altura del abdomen y se asomó al interior del cadáver, vio algo aterrador. Tembloroso, todavía pudo rasgar un poco más la piel (o lo que demonios fuera aquello) para comprobar que allí no había ni rastro de estómago, intestino, bazo o hígado. En su lugar, solo un enorme y oscuro vacío atravesado por una maraña de cables rojos, verdes y amarillos que iban en todas las direcciones posibles. A tientas, se sentó en el taburete que había junto a la camilla y sintió una arcada que no pudo reprimir. Cuando recuperó las fuerzas, se puso en pie, cogió de nuevo el bisturí y suspiró profundamente antes de trazar una “Y” un poco más arriba de donde lo había hecho antes, justo en el centro del pecho del fallecido.