29. Ecos de Manuel (Adrián Pérez)
Cuando mi hermano Manuel se empeñaba en algo, siempre producía un gran alboroto. A los siete meses de gestación, decidió nacer y los alaridos de mamá se escucharon antes de tiempo en todo el vecindario. Con solo tres años era él quien nos leía cuentos a los mayores cada noche. Aprendió a ir en bici o a comer sopa sin usar las manos, lo que solía generar una enorme ovación. Incluso le “consiguió” a mamá aquel collar que siempre se quedaba mirando en el escaparate, lo que provocó que ella le diera un sonoro beso en la mejilla.
Pero un día se empeñó en que quería volar.
Nos reímos a carcajadas de él hasta que vimos que hablaba en serio. Cuando se subió al tejado no supimos si rezar o llorar. Algunos hicimos ambas cosas. Entonces gritó: “allá voy” y se lanzó al vacío.
No cayó en picado ni se estampó contra el suelo ni se mató. Simplemente desapareció entre las nubes y nunca más volvimos a saber de él. Hay quien dice que algunas noches lo ha visto junto a su ventana. Acurrucado y desnudo. Siempre con una sonrisa y un dedo en la boca, pidiendo silencio.
Un auténtico niño prodigio, desde luego; desaparecer entre las nubes no hace sino confirmar su carácter sobrenatural, mágico, aunque ya apuntaba muchas maneras de lograr cualquier cosa, lo imposible, con ese comer sopa sin manos, todo de forma tan precoz, sin dejar de ser un bebé.
Un personaje nacido para convertirse en leyenda. Como siempre ocurre con ellas, de lo que sucedió a lo que se cuenta puede haber un abismo, pero las leyendas, según dicen, siempre tienen parte de verdad, por mucho que esté envuelta en misterio
Un abrazo y suerte, Adrián
Como dices, Ángel, las leyendas siempre tienen parte de verdad, o, siguiendo con el tema que nos atañe, cuando el río suena, agua lleva. A día de hoy, yo tampoco sé si Manuel sigue de ventana en ventana reclamando ese silencio que apenas presenció cuando todavía vivía de manera más o menos común. En cualquier caso me gusta pensar que ruido y ausencia del mismo pueden convivir y llevarse bien. Gracias por leer y escuchar la historia de Manuel 🙂
Hola Adrián, nos has contado una historia tan bonita, con un personaje tan original y genuino; lo has hecho, a la vez, con un micro tan bien estructurado que no podía pasar por aquí sin darte mi enhorabuena. Me ha encantado. Nos leemos.
Isabel, aunque hoy pudiera parecer un día nublado física y simbólicamente (caer entre dos festivos siempre es una amenaza de tristeza), tu comentario lo ha convertido en un día donde el sol no para de brillar. Muchas gracias por tus palabras, y como bien dices, nos leemos 😉
Me ha gustado mucho esta historia de alguien que tuvo que salir de su zona de confort ( ese ruido envolviendo permanente su vida) para ser feliz.
Felicidades por la redondez del relato.
Hola, Paloma. Como bien dices, a veces, aunque nos sintamos el centro del mundo (o sobre todo por eso mismo), necesitamos escapar y cambiar de aires para seguir avanzando en nuestra vida. Muchas gracias por tu lectura y tu comentario 🙂
Relato que puede tomarse como metáfora y en el que se conjuga el realismo mágico con el misterio.
El final abierto deja carta libre a la imaginación.
Quizás este personaje era tan singular que su «vuelo» le llevó a lugares de menos densidad.
Un texto que juega al misterio.
Un saludo.
Hola, Manuela, gracias por tu comentario lleno de interpretaciones de lo más interesantes. Nunca sabremos dónde le llevó a Manuel ese vuelo, pero me alegro de que haya despertado, al menos, cierta curiosidad, un saludo para ti también 🙂
Me ha gustado mucho.
Suerte.
Gracias, Yolanda 🙂