43. Infortunio postrero
Él seguía creyéndolas casualidades, pero sin convicción. Recordó la vez que al reponedor del supermercado junto al que pasó se le cayeron las cajas con estrépito. O cuando asistía en primera fila a la función en que el actor enmudeció en pleno monólogo. También un día se quedó encerrado en un ascensor lleno de gente. No quiso seguir, por no deprimirse.
Sus conocidos lo evitaban. En su presencia no hablaban de planes compartidos. Lo habían sentenciado con una palabra.
El último suceso le ha aclarado sus dudas. Un individuo que corría ha tropezado con él, ha caído de mala forma al suelo y ha quedado inconsciente. Él se ha escabullido avergonzado y ha regresado a casa. Ha encendido por inercia el televisor, ha ido al baño y luego se ha encerrado en el dormitorio decidido a no sentirse culpable de nada nunca más. Mientras tanto en la pantalla se veía al delincuente herido. La locutora contaba que dos agentes de policía lo habían atrapado cuando huía del lugar del crimen. No se había podido identificar al ciudadano que con su decisiva intervención había contribuido a su captura. Se le debía un agradecimiento unánime.
Sentenciado con una sola palabra», que nos viene a la mente («gafe»), sin necesidad de pronunciarla, porque el silencio juega un papel en la trayectoria vital de tu protagonista. Él sabe (y no solo él) mejor que nadie que a su paso se desencadenan desdichas e infortunios, pero es difícil de admitir. Ese silencio viene acompañado de otro factor no menos buscado por el personaje, para tratar de llevar una vida normal: el anonimato, un arma de doble filo en realidad, pues le impide ser reconocido por un servicio que ha prestado a la sociedad, como todo lo que hace, sin poder evitarlo.
Un personaje condenado a un ostracismo social sin remedio, marcado por una nube negra de nacimiento.
Un abrazo y suerte, José Luis
Pena que no se haya quedado frente al televisor para escuchar la noticia completa y poner el foco en lo positivo. Con frecuencia, ponemos la atención solo en una dirección, lo cual nos impide tener una perspectiva más amplia. No todo es blanco o negro.
Muy buen relato.
Un saludo.
Qué pena me da que siga considerándose el gafe de esta historia. Nunca me ha parecido que alguien sea algo o lo otro de forma definitiva. Todo cambia, incluidos nosotros mismos. Un abrazo y suerte.
Me encanta tu final porque el protagonista ya sabe con seguridad que no tiene «mal fario». Muy divertido. Nos leemos.