71. Medidas desesperadas
Escaparatismo me sonaba a una de esas modernidades que inventan los jóvenes para no aburrirse el fin de semana. Pero resultó ser un curso subvencionado para pequeños comerciantes. El objetivo era atraer a un mayor número de clientela exponiendo tus productos de la manera más atractiva posible. Y yo quería evitar la quiebra de mi negocio. Tras seis semanas de clases, conseguí el título oficial. Cerré unos días. Forré el escaparate con cartones, librándome de miradas curiosas, y trabajé día y noche. Había diseñado mi obra de arte hasta el más mínimo detalle y quería que todo saliera a la perfección. Repartí publicidad por los buzones anunciando la inauguración y compré canapés de los caros. Todo el mundo se quedó asombrado. No parecen maniquís, decía Pepita. ¿Has visto qué bien le sienta ese vestido? ¿Crees que a mí me quedaría igual? No tengo ninguna duda, querida. Mis ventas aumentaron exponencialmente y hasta salí en el periódico local. Por desgracia, alguien reconoció a uno de los maniquís. La policía me detuvo antes de poder cambiar el escaparate y evitar así que el olor llegara a ser insoportable.
Magnífico, me encanta el relato! Tienes la virtud de transmitir sensaciones y emociones a través de lo que escribes. Te felicito.
Está claro que el pequeño comercio atraviesa una etapa difícil, superado por las grandes superficies y la venta online. No sabemos lo que le enseñaron en ese curso a tu protagonista, pero sí que él supo captar la atención del público y venderse a la perfección. El problema es que nada es perfecto y todo tiene un precio. Nadie le podrá negar que se ha ganado también el derecho (y la obligación) a una vida sin preocuparse de gastos, con la manutención garantizada (igual algún día le ponen croquetas), pero no como él imaginaba, sino en una celda.
Un relato un poco en la línea de un clásico del terror: «Los crímenes del museo de cera», solo que diferente y renovado.
Un abrazo y suerte, Bea