48. Tú
Un golpe enérgico de orgullo y de despecho tras cerrar la puerta. ¡Blam!
Silencio de nuevo.
Ando unos pasos hacia la ventana que deja pasar la luz tímida de media tarde,
y tú sentada allí, cubriéndote la cara con las manos y sollozando.
Me acerco.
Aparto tus manos y te beso suavemente en los labios.
Cierro los ojos, te siento tan adentro …
Una vez, me dijiste: ¡Qué pena que tengas que verme así!
Y Yo te miré a los ojos, y sonreí, recordando un instante, cuando te levantaste de repente
en mitad de la noche, y te distinguí entre el esplendor de miles de estrellas, las más brillantes del año.
Allí, desnuda, orgullosa y valiente, retando al frío cara a cara.
No era Venus, no, sino Afrodita.
Alcé la mirada y pensé que ciertamente los Dioses no me odiaban, cuando me permitían contemplar algo semejante.
Esa noche, bajo el esplendor de las estrellas, vi lo que tenía que ver.
Tú!