26. Veinte minutos
A través de la escotilla, Bourbon me mira con esa expresión de interrogación tan suya, la misma que puso esa noche en el pub, después de que yo le llamara por el nombre de la bebida que tenía en la mano, y antes de poner su sonrisa torcida de granuja y su réplica cómplice: «tú, Zumo de Piña». Hace dos años de aquello, y me parece tan lejano como la infancia, como si las dieciséis horas de entrenamiento y estudio en la base hubieran aniquilado al ingeniero juerguista y puesto en su lugar a un anciano gruñón con una pecera en la cabeza. La que llevo puesta ahora mismo, limitando mi mundo a unos centímetros de tejido aislante y los ochenta minutos de aire que permite el equipo autónomo; en realidad sólo veinte después de la pantomima de una hora sobre la cubierta, fingiendo reparar una fuga de oxígeno que no hay quien pueda arreglar. Tapono el boquete con una mano, para dar a Bourbon quizá unas horas más, y con la otra le enseño mi pulgar hacia arriba. Él me responde con su sonrisa torcida de granuja y un movimiento de labios conocido: “Bien hecho, Zumo de Piña”.
Dos hombres y un destino, con final prematuro en las estrellas. La generosidad de uno de ellos por conceder algo más de tiempo antes de lo inevitable al compañero y amigo, que él remata con su agradecimiento.
Intenso, sorprendente y bien contado.
Un saludo y suerte, Elmiro.
La camaradería es eso, ¿no? estar dispuesto a ser copañero del otro, incluso en las peores circunstacncias, un pàr de héroes. Suerte