24. Falso duelo.
El alba les sorprende con un neblina espesa y naranja que otorga un halo telúrico al bosque. Los bufidos de los caballos surgen de lugares inciertos, inoportunos en el despertar del día. Todo es fortuito en ese claro. Hace frío y las cosas empiezan a perder el maquillaje nocturno. El hombre mira a su alrededor confundido. Últimamente le cuesta asimilar las consecuencias. Los duelos no sólo están prohibidos, sino que siempre acaban mal.
Alza la mirada y observa a su compungido rival, un muchacho que apenas acaba de asomarse a la vida, un pazguato, un lechuguino inconsciente. Y entonces se pregunta por un instante sobre el valor de rasgar una vida fuera del campo de batalla.
¿Podrá lidiar con esa carga otra vez?
¿Constituye ese petimetre una mancha insoportable a su honra?
¿No es acaso un alivio, el entretenimiento perfecto para su esposa?
El capitán levanta el arma y cuenta los pasos mentalmente. Al girarse ve al chaval herido de muerte y lamenta no haber parado aquella locura a tiempo. Los tejemanejes de su padrino nunca dejan nada al azar.
Siempre gana.
Ahora su mujer pondrá los ojos en otro y todo volverá a empezar.
O quizá, no.
Antes de que sea más tarde y se sieguen más vidas, este caballero, de forma civilizada, debería considerar la idea de conversar con su esposa de forma sincera, quizá perdonarla, o repudiarla, pero no volver a dejar que el bucle en el que se encuentra metido siga dando vueltas, porque como él mismo dice, los duelos «siempre acaban mal». Esa sería una reacción apropiada a nuestros tiempos, pero él vive atrapado en otra época y en algo tan poco práctico como el honor y una terrible forma de limpiarlo, que no es solución, sino al contrario. Por si fuera poco, esos «tejemanejes del padrino» van en contra del supuesto juego limpio que justifica sus actos; nadie gana siempre y el precio de perder aquí es demasiado alto.
Un relato con buenas descripciones y un título que anticipa, sin desvelarlas, maniobras arteras y añagazas. Las tres últimas palabras dejan abierta la puerta a un cambio.
Un abrazo y suerte, Susana
Ojalá tu protagonista cambie en algún momento el destino de su esposa y de sus sucesivos amantes, y se libere de la carga emocional que le suponen lo duelos que siempre acaban mal.
Suerte, Susana.
Este caballero acabará muy mal si sigue llevando este tipo de vida. A ver si sale de la Edad Media pronto y vive libre y con otra mujer también que esta parece que se le escapa. Suerte Susana