40. Donde te lleve la corriente (Ana María Abad)
La vida de Sofía fluía ahora tranquila como un río grande y manso, después del torrente de lágrimas que la arrastró al morir su esposo, del océano de angustia en el que casi se ahoga cuando empezó la parálisis en las piernas, y del jarro de agua fría que supuso su ingreso en la residencia.
Pero ese remanso de paz era demasiada paz para Sofía, así que había retomado -al principio vacilante, luego con ímpetu arrollador- la pasión de su juventud por la escritura, llenando páginas y más páginas de historias: fantásticas, románticas, de intriga, de terror, jocosas e incluso biográficas. “Una pena que nadie vaya a leerlas”, se decía a veces.
Al dejar Sofía este mundo, en la residencia le entregaron a su hija Paula los cuadernos: docenas y docenas de ellos. Los leyó enteros de arriba abajo y, sin pensárselo dos veces, los llevó a un editor. Cuando al fin tuvo el libro en sus manos, Paula acarició con ternura el nombre de su madre en la portada. Una lágrima que le escocía en el ojo derecho le reprochó: “demasiado tarde”, pero una vocecilla salida de no sabía dónde le susurró junto al oído izquierdo: “eso jamás”.
Las personas son efímeras, pero la escritura permanece, es una de sus virtudes, por eso nunca es tarde para leer. Si lo pensamos bien, muchos de los libros son obra de personas que ya no están físicamente en este mundo, pero sí sus palabras.
Las aguas de la vida se pusieron en contra de Sofía, pero cuando al fin se amansaron logró que saliese lo que llevaba dentro, con la fuerza de un torrente.
Un relato que muestra el poder liberador y el legado que supone la literatura.
Un abrazo y suerte, Ana María
Y todo esto lo dice un maestro de las palabras! Muchas gracias amigo.
Ojalá Sofía hubiera visto su libro publicado, hubiera sido el broche perfecto a su vida. Pero como susurra la vocecita: jamás es demasiado tarde. Como dice Ángel, sus palabras permanecerán.
Un abrazo y suerte.
Ahí está su fuerza, en sus palabras y en sus historias, para siempre.
Gracias Rosalía.
Ana, muy bello el primer párrafo lleno de alusiones al agua.
Tu protagonista supo adaptarse a sus limitaciones físicas y fue capaz de llenar su vida haciendo algo que le gustaba.
Un gran homenaje por parte de su hija. También ha aprendido que nunca es tarde.
Gracias Rosa.
Qué importante es poder disfrutar de lo que nos gusta, sea más pronto o más tarde. En mi caso, por suerte, no he llegado al límite de Sofía y aún me quedan muchos cuadernos por llenar.
Esas voces que a veces nos llegan de losseres queridos, hay que escucharlas. Esos medio secretos que esconden nuestros familiares y que nos sorprenden siempre están muy bien reflejados. Suerte con la publicación y con el micro Ana.
Muchas gracias Manuel. A veces no son estrictamente secretos, quizás es sólo que con estas prisas que llevamos siempre, nadie se ha tomado la molestia de curiosear un poco en las vidas de los que comparten la nuestra. Pero ya sabes, nunca es tarde…
Ana María, tu protagonista siente tanto dolor por la pérdida de su marido como mi protagonista por la de su mujer, pero ella supo canalizarlo escribiendo las historias que llevaba dentro. Es el mejor legado que ha podido dejar a su familia, aunque no haya podido verlas publicadas. Nunca es demasiado tarde para escribir… Mucha suerte.
Pues sí, la verdad es que esto de escribir no sólo da satisfacciones, también se puede utilizar como terapia para curarse por dentro, dejando salir todos esos demonios que nos torturan, o esas ansias que nunca hemos reconocido ante nadie, quizás ni siquiera ante nosotros mismos, o compartiendo esas alegrías que, de vez en cuando, te da la vida y no quieres callártelas sino gritarlas a los cuatro vientos. Leyéndolo ahora con retrospectiva, no entiendo por qué Sofía no compartió esa afición con su hija, seguro que a ella le habría encantado leer esos cuadernos las dos juntas en los jardines de la residencia. En fin, supongo que las 200 palabras no daban para tanto. Tal vez Paula tome nota de ese error y comparta más cosas con su propia hija.
Gracias por leer y comentar, Pilar.