55. Más nunca
Me dirigí hasta las puertas del infierno dispuesto a recuperar a Salomé. Tenía que rescatarla. Nos habíamos prometido amor eterno, yacer juntos el resto de nuestras vidas, pero un lance imprevisto se la llevó. El guardián, un tipo nauseabundo, soltó una carcajada y sentenció: “Imposible, listillo, la chamuscaron. Solo queda polvo y ceniza. Vas a necesitar algo más que un milagro”. “En eso son ustedes unos expertos”, contesté. “Estudie estas instantáneas del Patriarca de Malastierras y dígame si en este caso la magia es posible. Parece disfrutar mucho con esas jovencitas.”
Es increíble las puertas que abre la memoria de un móvil, al rato apareció un diablillo custodiando a Salomé y me ofreció un catálogo con diversas experiencias. Elegí la jinete indomable. Y vaya si lo fue. Tanto esperar había merecido la pena, pero me sorprendió la pericia y lujuria desplegadas, fruto de la experiencia adquirida durante las noches de guardia en la rebotica, según me confesó. Al terminar el diablillo me invitó a partir con ella, pero preferí marchar solo y me despedí “Deje que se tueste un poco más. Todavía está verde. Tal vez en otra vida. Ah, por favor, no olvide saludar al Patriarca”.
Era de esperar que el chantaje y la extorsión fuesen moneda de cambio en el averno. Puede que sea un ambiente poco virtuoso en el sentido estricto, aunque aburrirse, no se aburren. Hoy día, en que cualquier rincón puede ser objeto de visita turística, quién sabe si con tu relato no hasta dado alguna idea de explotación a ese Patriarca que manda por allí.
Tu relato deja claro que nunca es tarde para conocer nuevos lugares y experiencias, y que conviene tener conocidos hasta en el infierno.
Un abrazo y suerte, Javier
Pues al final parce que se olvida de esta Salomé vuelta y vuelta, suerte Javier