72. EL TURCO
Mi cuñado me había advertido sobre las ofertas de las clínicas capilares turcas. En el aeropuerto no había nadie esperándome, tuve que coger un taxi. El taxista era un pastor recién llegado a la ciudad que antes cuidaba cabras en Capadocia. Aquello no se parecía al «International Hair Center» de la publicidad. Me pasaron a una sauna, supuse que para dilatar el folículo piloso. Debí sospechar cuando vi las abundantes cabelleras de los pacientes brillantes por el vapor.
– Im-plan-te, – dije señalándome la cabeza, pero todos asentían con una sonrisa extraña. Me senté en una esquina, semioculto en la penumbra húmeda, pensando como había llegado allí. Recordé una tarde tomando el vermut con mi suegra después de misa.
– Ser calvo es de perdedores – dijo en una de sus frases sin réplica posible.
En Madrid me esperaba una familia política de cultos de telediario, de las que antes te mandaban a Londres y ahora a Estambul. Entonces un turco de bigote fino cubierto con una toalla exigua me entregó una nota.
-Llámame -decía con una letra cargada de insinuaciones.
Un año después sigo sin pelo, pero al despertar veo los minaretes de la Mezquita Azul. Son tan hermosos…
La vida tiene misteriosos caminos y vericuetos, pero de alguna manera, más a menudo de lo que podemos pensar, acaba situando a cada uno en el lugar que le corresponde. Bien está lo que bien acaba, cuando eso sucede nunca es tarde.
Un abrazo y suerte, Lucas
Jajaja, Lucas es un relato muy divertido y bien escrito, mira que da para hisotrias los vermús con la suegra, jajaja. Muchas suerte, abrazos
Manuel, de un vermu con la suegra después de misa no puede salir nada bueno, aunque a este hombre le dio el empujón para salir del armario. Gracias por leerlo, abrazaco.
Ángel, así mismo es. A veces basta con estar en el lugar y momento oportunos sin hacer nada más. Gracias por leerlo, abrazo desde Cantabria.