75. Un poco brutos sí eramos
Yo diría que, en principio, pensamos en esa maravilla como fruto del diablo.
El cine llegó por primera vez al pueblo. Allí estábamos todos, con nuestras propias sillas, ante una gran pantalla de tela blanca frente al ayuntamiento.
Estábamos absolutamente embelesados y, de repente, sonaron las campanadas de las diez. Nos perdimos una conversación y, evidentemente, pedimos que retrocedieran la cinta. Y así se hizo.
Ella le preguntaba si no iba a desayunar y él respondía que no porque tenía prisa.
Comenzamos a gritar amenazantes: Imposible, nos han cambiado la conversación. ¡Cómo nadie se va a trabajar con la tripa hueca!
Nos calmamos tan solo por la emoción que teníamos con el invento y por lo pesado que se puso Abelardo.
Cuando sonaron las once, hacia el final de la película, más de lo mismo. Nos concedieron de nuevo la demanda.
La pareja protagonista se estaba dando un beso apasionado y, al concluir, lo único que se escucha es como ella le expresa a él cuanto le odia. Sí, os lo juro, que cuanto le odia tras un besazo de puras salivas.
Hasta ahí habíamos aguantado. Pocas risas y pocas bromas más.
Da miedo pensar lo que estos mozos fueron capaces de hacer tras el último retroceso de la película, el título no hace sino corroborar esos temores. Has creado al público más exigente del mundo, con su propio guion, tan intransigentes que no admiten que alguien haga algo diferente a lo que estiman según su particular lógica.
Un abrazo y suerte, Javier
Gracias, Ángel.
Ahí andaba creando una sociedad cerrada poco dispuesta a admitir algunas cosas. Eso sí, el cine les chiflaba, pero sin tonterías.
Abrazotes
Brutos, pero tenían su parte de razón: el cine, como la literatura, debe imitar a la vida, de lo contrario no resulta verosímil. Y aunque la realidad la mayoría de las veces supere a la ficción, yo tampoco concibo irse a trabajar con la tripa hueca.
Un abrazo y suerte.