17. Entre los escombros
Los gritos de mi compañero me sacaron del shock. Confuso, miré a mi alrededor. La agobiante cavidad medía poco más de un metro cuadrado. Debía quedarnos muy poco aire. Empezamos a mover los escombros, con urgencia y sin control. Tras unos minutos, unos dedos fríos e inertes surgieron de entre las piedras. “Aquí hay un muerto”, dije. “Y aquí otro”, contestó. Seguimos moviendo rocas, intentando abrir un túnel, mientras los dos cadáveres quedaban cada vez más expuestos. Entonces, en la muñeca del primer cuerpo vi el tatuaje que me había hecho a los quince años. Carpe diem, rezaba a modo de funesto presagio. Comprendí, y me detuve. “Para, es inútil”, le dije. pero no me escuchó. Hasta que se percató de que los calcetines del segundo muerto eran los que él se había puesto esa mañana. Y por fin lo entendió.
Nos miramos, buscando inútilmente un poco de consuelo, mientras asumíamos que la bomba se había activado antes de tiempo, enterrando nuestros cuerpos bajo una tonelada de culpa y condenando a nuestras almas a vivir para siempre en este asfixiante y merecido infierno.
Hay quien asegura o supone, que, tras la muerte, más aún si ha sido rápida, sin espacio previo de asimilación, lleva un tiempo indeterminado acostumbrarse al nuevo estado. Tus protagonistas, palabra que, casualidad o no, rima con terroristas, han sido víctimas de su propia acción, conprobando, sin necesidad de palabras, que tras esta vida hay algo más y se pagan las consecuencias de lo que se hizo previamente, al tratarse de mundos separados, pero intercomunicados.
Un relato imaginativo, pero con visos de ser posible, con la aplicación de una justicia que no es sino consecuencia de nuestras acciones.
Un abrazo y suerte, Sara.
Muchas gracias Ángel. Sí, me ha salido una vena justiciera en este micro, aunque quizás ese infierno eterno de un metro cuadrado sea demasiado duro incluso para estos dos terror-protagon-istas… Siempre espero con ilusión tu comentario, una vez más, muchas gracias por leer y comentar. ¡Un abrazo!
Me gusta cómo vas aumentando el nivel de horror de los protagonistas a medida que toman consciencia de su situación. No se me ocurre mejor infierno para aquellos que provocan la desgracia ajena.
Un relato muy bueno, Sara. felicidades
Un saludo
Muchísimas gracias Antonio, me alegro mucho que te haya gustado, y sí, he ideado un castigo bastante espeluznante… Un abrazo y mil gracias por comentar 🙂
Hola, Sara.
Me ha gustado mucho tu relato. Está muy bien llevado y engancha desde el principio, con un giro argumental bastante sorprendente, pues imaginas un equipo de salvamento y resulta que, no sólo son los espectros de las víctimas, sino que además son los causantes de la situación.
Hace poco leí una frase que a este relato le va que ni pintada: «Somos libres de nuestras elecciones, pero somos exclavos de sus consecuencias».
Un cálido saludo y mucha suerte.
Qué ilusión que te haya enganchado, Barceló. La verdad es que cuando empecé a escribirlo tenía una idea más blanca en mente pero al final la historia me fue llevando por estos derroteros tan terroríficos. Un abrazo y muchas gracias!
Hola, Sara. Perdón por ese «esclavos» con «x» no sé cómo ha podido colarse en mi comentario anterior, me está haciendo daño a la vista.
Nuevos saludos.
¡Cómo te entiendo! Me ocurre igual cuando cometo una falta y no la puedo rectificar. Pero creo que solo le pasa al que lo escribe. El que lo lee lo entiende como algo normal que nos pasa a tod@s y no le da mayor importancia. Muchas gracias de nuevo a tí, Barceló
Sara, has escrito un micro asfixiante y terrorífico, con doble tirabuzón de giros finales. El primero , cuando nos descubres el tatuaje y los calcetines. Y el segundo, cuando nos dejas ver que son los causantes de su desgracia. No me parece mal castigo pasar en ese metro cuadrado la eternidad.
Un abrazo y suerte.
Rosalía, muchísimas gracias, me alegra que te haya gustado y que te hayan sorprendido los giros. Leo mucha novela negra y de terror, supongo que al final eso va permeando, jeje. A mí pese a lo salvajes que son los protagonistas, al final me dan hasta un poco de pena (lo justo), no se me ocurre un infierno peor. Un abrazo gigante!
No sé si merecido o no, pero asfixiante seguro. Muy bien recreada esa atmósfera de agobio llevándola hacia ese final que uno no se espera inicialmente pero que, cuando se lee, resulta de lo más coherente. Y rotundo a más no poder.
Mucha suerte Sara y un abrazo.
Muchas gracias Ana María, sí, muy asfixiante, tan solo un metro cuadrado compartido por dos almas durante toda la eternidad, ¡da pavor solo de pensarlo! Gracias por comentar y un abrazo de vuelta
Sara si después de muertos estamos condenados a sufrir como estos dos no sé yo…
Qué angustia estar así por toda una eternidad!
Absolutamente terrible Rosa!!! Gracias por leer y comentar!
¡Qué condena tan terrible! Una eternidad bajo los escombros es demasiado castigo. Es que lo veo desde la perspectiva de mi claustrofobia…
El horror existe, tanto en la ficción y como en la realidad.
Muy buen relato.
Gracias Sara, yo no tengo claustrofobia y también me parece un destino espantoso!! Afortunadamente, en este caso es pura ficción. Muchas gracias y un abrazo, tocaya 🙂
Muy bien narrado un micro que no es sencillo de explicar. Vas aumentando nuestra tensión al tiempo que se va desenredando la trama. Terrorífico y emocionante.
Enhorabuena
Muchísimas gracias Alberto por leer y comentar, me alegra mucho que te haya gustado. Un abrazo!